

Las barreras entre animales y humanos no son tan definidas como nos gusta creer. La liebre y la tortuga, la loba de Roma, el conejo blanco, Baloo, el zorro del principito: todos son un poco (o un mucho) humanos aunque nos cuesta aceptarlo. Los animales han estado siempre ahí, en la vida y en la literatura.
¿Por qué nos gustan tanto? Ya sea porque nos proyectamos, porque nos divierte o porque nos parece más interesante ver la vida a través de sus ojos aún cuando en esas historias no aparece ningún humano o si aparece es lo de menos —como Mowgli en la selva—. Por un momento, son los animales los que tienen el control y tal vez por eso nos gusta dejarnos envolver en esa fantasía.
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